¿Cuánto tiempo hace que no se escriben cartas? Sí, ya se sabe que con el correo electrónico y otras aplicaciones en dispositivos móviles eso de ir a un
buzón para dejar un sobre en el que hemos estampado un sello ya no se lleva. Pero es que no hay nada como
enviar y recibir cartas y este libro lo demuestra.
En este libro nos vamos a encontrar con tres chavales entrañables que viven en Noaberri, un pequeño pueblo del que solo sabemos que está atravesado por un
río que parece una culebra y que le produce muy mala espina al alcalde que se llama Isidoro Guzman.
Otros personajes importantes de la historia, los verdaderos protagonistas, vaya; son una chica y dos chicos que son grandes amigos: Iria, Aitor y Jordi (sí, sus nombres parecen remitir a la realidad
pluricultural del estado español porque son de origen gallego, vasco y catalán, respectivamente).
¿Y qué más? ¡Ah, sí! Resulta que Isidoro quiere echar a la calle a Federico, el cartero del pueblo y abuelo de Iria, y eso es algo que su nieta está dispuesta a impedir con la ayuda de sus amigos. Si el motivo del
despido de su abuelo es porque ya no se escriben cartas, pues ella y sus amigos se encargarán de buscar gente que las escriba; o sino, las escribirán
ellos mismos.
Si mientras llevan a cabo su plan
interfieren para bien en la vida de los demás, pues mejor. Los tres amigos están dispuestos a todo porque se conocen de toda la vida y cada uno tiene una
peculiaridad con la que vive con la mayor naturalidad del mundo. Ni el plumero de Jordi, ni la ortodoncia de Aitor van a ser trabas para que pongan en funcionamiento su cerebro en compañía del de su amiga que vive con su abuelo cartero, sí, ya se ha dicho antes, pero es que es muy importante.
- Mi abuelo está a punto de perder su trabajo.- ¡No fastidies! -saltó Jordi-. ¡No tenía ni idea!- ¡Yo tampoco! -añadió Aitor-. ¿La ha liado?- No.- ¿Entonces? -preguntaron los chicos a coro.- Pues que ya no hay cartas. Y si la situación no cambia, lo van a echar.
Al final todo acaba bien pero antes salen a relucir los
secretos que todos los personajes tienen y que les producen mucho dolor. Nada como compartirlos para restarles importancia. Y también veremos como las
nuevas formas de comunicación (vídeos en youtube, wasap, etc.) se alían con la escritura de cartas a mano para ayudar al abuelo de Iria.
Una historia que demuestra que escribir y enviar cartas puede ser muy divertido porque las
pantallas no lo pueden todo porque lo mejor que tienen que es la
inmediatez puede convertirse en un problema porque, de momento, ya no se pueden corregir o eliminar una vez enviados. Con las cartas podemos intervenir, aunque sea hacer trampa o, incluso, cometer un delito, aunque si el fin está justificado… Pero mejor no adelantemos tanto, primero hay que leer la historia.
- ¿Todo legal?- Sí -mintió ella.- Iria, prométeme que no os vais a meter en ningún lío.- Te lo prometo, abuelo.Pinocho, a su lado, era un aficionado.
¿Algo más? Sí, lo mejor. La historia es tan
divertida que más de una vez se nos dibujará una sonrisa mientras estemos leyendo. Porque este libro es una pequeña joya en todos los sentidos. Para empezar, el humor hace que se diluyan muchos de los
contratiempos a los que se tienen que enfrentar los tres protagonistas. Y la edición es maravillosa: la letra es grande, el número de la página aparece centrado y en color azul, con ilustraciones semejantes a la acuarela hechas con trazos fuertes y decididos.
Todavía hay más: el libro está encuadernado en
cartoné de tacto muy mullido, como hojaldrado, y eso hace la lectura más cómoda. Pero es que además lleva incorporado un hilo para señalar el
punto de lectura de
color violeta (lo tienen todo muy bien pensado). El mismo color del río-culebra y de otros elementos que aparecen en todas las fotos como una silla, la camiseta de Aitor, un banco en el bosque o las puertas y ventanas de casa de Isidoro.
Que no se nos olvide decir que el libro ha ganado el
Premio Barco de Vapor y que el jurado dijo que:
con un lenguaje sencillo y accesible para los niños, reivindica la comunicación tradicional en una época en la que estamos hiperconectados; porque dibuja unos personajes que no dan las cosas por perdidas y nos enseñan que no hay que rendirse y porque muestra que la pequeña decisión de una persona puede transformar a mejor a toda una comunidad.
A
Beatriz Osés la conocemos con la historia de
Soy una nuez y el detective repelente
Erik Vogler. Muy importante: el ilustrador es
Kike Ibáñez, el mismo que ha ilustrado libros como
La cazadora de Indiana Jones y el álbum, también premiado con el Lazarillo,
Barrios de colores. ¡Todo un lujo!