viernes, 5 de diciembre de 2008

La Tienda del Cielo (Deborah Ellis)

Editorial Edelvives. Colección Alandar. 167 páginas. De 16 años en adelante.

Binti vive feliz con su familia en Blantyre, la ciudad más grande de Malawi (África). Su padre se dedica a hacer ataúdes y su clientela es, más bien, la gente pobre de la ciudad. Ella está orgullosa porque puede lucir el uniforme del colegio privado más prestigioso de la ciudad y, por si fuera poco, su voz es famosa en todo Malawi porque participa en la emisión de uno de los programas de radio de mayor audiencia del país.

Aunque, según nuestros esquemas, la vida de Binti se desarrolla en una pobreza bastante acusada, para lo que es normal en ese país, se le podría considerar casi una niña "pija", bastante engreída por cierto.

Cuando todo parece que va a ir bien, y sin esperarlo, un día cambia radicalmente todo lo que daba por seguro. Se quedará sin la protección de la familia, vivirá en un ambiente hostil, pasará frío, hambre y, sobre todo, tristeza y miedo.

Su vida comienza a desarrollarse en unas coordenadas que no controla y no le queda más remedio que huir dejándolo todo atrás. Es recibida de una manera amigable en una nueva "familia" aunque sus rarezas de "niña pija" le harán sufrir en un ambiente en el que no hay lugar para la lamentación y la queja.

Cuando piensa que lo ha perdido todo, poco a poco, se va abriendo un nuevo espacio en la vida y comienza a valorar las cosas que son verdaderamente importantes. Se da cuenta que lo que realmente hace feliz no es acaparar riquezas o fama sino hacer algo por los demás.

Un libro bastante crudo que nos puede ayudar a asomarnos a una ventana en la que aprender de gente a la que normalmente miramos con lástima sin darnos cuenta de que, a lo mejor, ellos tienen la mejor parte.

Libros Juveniles

martes, 2 de diciembre de 2008

El Belén que puso Dios (Enrique Monasterio)

Editorial Palabra. 127 páginas. De 10 años en adelante.

Para crear el Universo, Dios hizo una mota de polvo y le dijo que se expandiera.

Este libro está lleno de pequeños relatos de cada uno de los miembros del Belén, cuenta la historia de Zabulón, un pastorcillo que fue a adorar a Dios y era un poco “tonto”; de la lavandera, Salomé, que lavó por primera vez los pañales de Jesús; de Joaquín, el posadero que no les dio hospedaje pero sí un establo; de Moreno, el borrico que llevó Santa María de un lado para otro; de "Oriente", la estrella que estaba hecha para un sólo día del año…

Es un libro muy bueno, está muy bien escrito, tiene una cita bonita delante de cada párrafo y todo pasa muy rápido. Lo recomiendo mucho.

Aquí una muestra. Haciendo clic en el título de esta entrada al blog, podréis ir al blog del autor en el que se puede leer todo el libro.

—Oye, Gabriel, ¿estás seguro de que este cuento... es un cuento?
El Arcángel miró a Zabulón:
—No, Zabulón. No lo es. Pero como no se me ocurre ninguno, no tengo más remedio que contarte historias que han ocurrido de verdad. ¿Quieres que lo dejemos por hoy?
—No..., por favor. Sigue... ¿Qué pasó con el borrico?
—Si te parece, él mismo te lo puede decir.
—Ya te estás riendo de mí otra vez. Los borricos no hablan. ¿Crees que no lo sé?
—Tampoco hablan las estrellas —respondió San Gabriel—, y sin embargo yo me paso las horas charlando con una... Incluso hemos llegado a ser buenos amigos. ¿Y cuándo has visto que los arcángeles se dediquen a contar cuentos a los pastores caprichosos? Lo que ocurre es que vivimos tiempos muy especiales, Zabulón: cuando el Cielo está de fiesta, puede suceder cualquier cosa en la tierra. Es posible también que tú estés soñando. Y en sueños hasta los borricos hablan.
—¿Estoy dormido yo?
—No lo sé... Por si acaso es mejor que te calles. Así no corres el riesgo de despertarte. Y escucha lo que te cuente Moreno.

Ver presentación del libro:

sábado, 29 de noviembre de 2008

El Gigante Egoísta (Oscar Wilde)

Otro Cuento de Navidad para leer aquí directamente. Podrás encontrar fácilmente muchas versiones de este libro. 10 años.
Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante.
Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
—¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
—¿Qué hacen aquí? —surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
—Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:


"ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES"

Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
—¡Qué dichosos éramos allí! —se decían unos a otros.
Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños, que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto, eran la Nieve y la Escarcha.
—La Primavera se olvidó de este jardín —se dijeron—, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
—¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
—No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí— decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
—Es un gigante demasiado egoísta—decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
—¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera —dijo el Gigante y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
—¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
—¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.
—Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
—Pero, ¿dónde está el más pequeñito? —preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
—No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito.
—Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
—¡Cómo me gustaría volverle a ver! —repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
—Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín, había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
—¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
—¿Pero, quién se atrevió a herirte? —gritó el Gigante—. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
—¡No! —respondió el niño—. Estas son las heridas del Amor.
—¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
—Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

Libros Juveniles
Ver vídeo de El Gigante Egoísta:

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cartas de Papá Noel (J.R.R. Tolkien)

Editorial El Aleph. 111 páginas. Todas las edades.

Durante unos veinte años los hijos de Tolkien tuvieron la gran suerte de recibir puntualmente una carta desde el polo Norte escrita personalmente por el mismísimo Papá Noel. Este no es un honor que tengan todos los hogares. Pero, animados por estos relatos, quizás en muchos otros, podría correrse a partir de ahora la misma suerte.

En esas divertidas cartas les daba buenos consejos para poder recibir muchos regalos y, sobre todo, cuentan las mil y una peripecias que este querido personaje tiene que realizar para estar cada año en los hogares de todos los niños del mundo. Desde luego no es tarea fácil. Hay que cuidar de la casa y, sobre todo, de los almacenes donde va acumulando los regalos. No olvidarse de nada ¡ni de nadie!
Conoceremos más sobre la vida de Papá Noel: En la Navidad de 1920 en carta dirijida a John le dice textualmente: "Me he enterado que le has preguntado a tu papá cómo soy y dónde vivo. He hecho un autorretrato y he dibujado mi casa. Guarda bien el dibujo. Ahora mismo me marcho a Oxford con el saco lleno de regalos (algunos para ti). Espero llegar a tiempo: esta noche la nieve es muy espesa en el Polo Norte. Con cariño, Papá Noel".

No está sólo en esa trabajo. En las primeras cartas parece que el único ayudante que tiene es el Oso Polar del Norte. Pero, poco a poco, Papá Noel irá necesitando de más ayudantes. Los sobrinos de Oso Polar: Paksu y Valkotukka, que llegan al Polo Norte de visita y deciden quedarse con su tío; los muñecos de nieve, los elfos de la nieve, los gnomos rojos... y, ya al final, su imprescindible secretario, el elfo llamado Ilbereth.

Pero Papá Noel se verá metido en muchos peligros. Las corrientes de aire, las tormentas, las meteduras de pata de Oso Polar y, al final, los ataques de los trasgos, dificultan enormemente su tarea. En su defensa tendrán mucha importancia todos sus colaboradores y, especialmente eficaces contra los trasgos, los elfos.

Un libro muy entretenido para ir leyendo entre ratos y que nos hará más "navideña", si cabe, las fiestas de Navidad.

Libros Juveiles
Ver dibujos de Tolkien:

La Cerillera (Hans Christian Andersen)

Aunque no sea lo normal en el Blog. Esta vez te ponemos el cuento entero para que tú lo valores.
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima.
Era el día de Nochebuena.
En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra.
Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto.
¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manitas estaban casi yertas de frío.
¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien! Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla.
Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena!
El sol iluminó a aquel tierno ser acurrucado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
Libros Juveniles
Ver Video "La Cerillera":