Ed. Oxford, el árbol de la lectura. 1ª edición, Julio 2016 (la 7ª reimpresión). De 14 años en adelante.
Iqbal ha tenido la mala suerte de nacer en una familia cristiana pobre de Lahore (Paquistán). Su familia no tiene recursos suficientes para vivir y por eso están esperando a que el pequeño Iqbal tuviera las manos suficientemente fuertes para hacer nudos y sus piernas pudieran soportar algo más que su peso para poder casar a su hijo mayor. Tres días de banquete y lujo y años y años de trabajo del pequeño para poder pagarlo.
Así a los cuatro años más o menos fue cambiado por 600 rupias (9 €) a trabajar en jornadas que duraban doce o quince horas encadenado a un telar de alfombras.
En el primero de sus trabajos duró poco y casi no la cuenta. Las normas de Shaukat, su primer patrón, eran claras: "aquí se viene a trabajar. Cuando se termina, se sale. Hasta que no se termina no se sale. Si te entran ganas de ir al servicio, te aguantas. Si es la hora de comer y no has acabado lo que te toca, te aguantas. Si es la hora de comer y tu parte no está completa, esperas. Si pasa la hora y aún no has terminado, te quedas sin comer. Si no has acabado al final del día, te quedas hasta que termines. Si te equivocas, no cobras. Si te pones enfermo, no cobras. Si no vienes, no cobras. Si eres lento y torpe, no cobras. Si además eres un gandul y me tomas el pelo, entonces sí cobras, pero cobras de verdad. Cuando los empleados no cumplen las normas, me enfado. Cuando me enfado hago cosas de las que luego me arrepiento. Bueno, no a veces, siempre, siempre me arrepiento...".
A los diez años huye del telar y emprende una cruzada contra la esclavitud infantil. A pesar de su corta edad Iqbal será capaz de enfrentarse a la situación y, con la ayuda de alguna ONG, se dedicará en cuerpo y alma a la causa.
Parece imposible que un niño de esa edad (tenía diez años cuando huyó) pueda llegar a poner en jaque a todo un sistema industrial que es la base económica de un país. En este libro te lo cuentan sus amigos, sus parientes y aquellos que fueron testigos directos de lo que la simpatía y el coraje de un niño de poco más de diez años (y con cuerpo de uno de seis) es capaz de hacer frente a la corrupción institucional de toda una sociedad.
Pero su acción no está bien vista por todos. Algunos, precisamente los más adinerados y poderosos, no consideran un juego esas maniobras del mequetrefe y están dispuestos a cortar con aquello que puede poner en peligro su estatus.
Un relato que merece la pena conocer, una lectura de las que dejan mella y hacen pensar. Quizás el modo de narrarlo no ayude a seguir el hilo de la historia. Me hubiera gustado más poder seguir los acontecimientos por boca del propio Iqbal. Se puede decir que más que una novela es un libro de entrevistas.
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