miércoles, 6 de agosto de 2008
El Señor de los Anillos I. La comunidad del anillo (JRR Tolkien)
El Gran Rey (Lloyd Alexander)
La quinta y última parte de estas Crónicas.
En esta aventura final Taran vuelve a casa, pero cuando llegan Gwydion y Flewur le dicen que estaba siendo perseguido y pidió ayuda. Dallben, al ver que a Taran no le perseguían se dió cuenta de que podía haber sido un engaño de Arawn. los cazadores de Annuvin, que había conseguido apoderarse de la espada de Gwydion (la mejor espada de todas, con el filo de fuego). Tenían que derrotar a Arawn de una vez.
La paz que parecía haberse establecido definitivamente en las tierras de Prydain se ha vuelto a romper. Su destino pasará por enfrentarse de nuevo a Arawn, el Señor de la Muerte, en una batalla que se presenta como definitiva.
Hicieron una estrategia: se dirigirían a una fortaleza donde reunirían a todo el ejercito fiel a ellos. Llamaron también a la gente que Taran había conocido en la anterior aventura y consiguieron un gran ejército.
Sin embargo aunque el reclutamiento había sido todo un éxito en el ataque a la fortaleza los engendros del caldero quedó muy reducido, fueron muchas las bajas en un enfrentamiento encarnizado. Ahora tenían que llegar a Annuvin antes que los engendros y atacar, pero sería demasiado arriesgado.
A mi parecer es el más emocionante de todos.
Ver vídeo de Crónicas de Prydain:
martes, 5 de agosto de 2008
Taran, el Errante (Lloyd Alexander)
Es la cuarta parte de las Crónicas de Prydain. En esta aventura Taran debe descubrir cuál es su propia identidad por lo que decide ir a ver a las brujas que en otros libros le ayudaron a cambio de algo.
viernes, 1 de agosto de 2008
Los Guardianes del Pasado (P. R. Gómez)

Sem y su hermana Rosie salvan a Max de ser atropellado por un camión cuando precisamente este intentaba hacerles pasar un mal rato. No son conscientes de las implicaciones que este hecho va a tener en la historia ya que los dos hermanos, sin saberlo, no pertenecían a ese momento histórico y por tanto aquello no tendría que haber sucedido.
Después de descubrir su verdadera identidad, Sem y Rosie deciden hacer un viaje a futuro con Max para intentar arreglar las cosas.
La máquina les transporta al año dos mil ochocientos ocho y no pueden creer lo que están viendo: hombres de dos cabezas, personas que se comunican telepáticamente... un mundo totalmente diferente.
Cuando ven que no hay nada que hacer intentan regresar a su tiempo pero ya no es posible. La máquina que les había transportado está destruída.
Un extraño personaje que dice conocer a sus padres, les guiará por ese desconocido mundo. Un personaje ambiguo que no se sabe si busca su interés personal y está aprovechándose de ellos o, verdaderamente, busca salvarles.
Es un libro que, en ocasiones, se hace un poco enrevesado. Poco a poco va cogiendo ritmo y, el final, está bastante bien. No es de las mejores lecturas aunque es entretenido. No me ha gustado la cantidad de tacos que suelta uno de los personajes.
Libros Juveniles
miércoles, 9 de julio de 2008
Más información sobre libros
La ciudad de Sykem
Si hubieras visitado la ciudad de Sykem seis meses antes, caballero sin nombre, hubieras encontrado la mejor de las ciudades imaginable. Sus murallas se elevaban hasta el cielo por el lado sur, este y oeste. Por el norte un enorme corte en una montaña inaccesible las protegía. Las murallas estaban construidas con piedras cuadradas de dimensiones extraordinarias y acopladas sin necesidad de ninguna argamasa. Entre sus junturas era imposible que ni un alfiler penetrara. Cada diez metros se montaban sobre ellas torres de vigía por donde un arco podía defender la cercanía de cualquier enemigo atrevido que se situara al otro lado del profundo foso. Más allá, grandes campos de labor regados por dos ríos que se bifurcaban ante la puerta principal de la ciudad desde un torrente de agua que manaba por debajo de la ciudad. Los pozos que había en su interior daban fe de la pureza del agua, fresca hasta en las épocas de mayor calor.
Si hubieras visitado la ciudad de Sykem seis meses antes, hubieras apreciado cualquier sábado el mayor de los mercados de todas aquellas ciudades que la rodeaban. Se reunían allí los mayores comerciantes de lino, trigo; había panaderos, herreros. Las mejores armaduras de fiesta se fabricaban allí, en el barrio de Herrería, bajo el muro del oeste. El fuego de las fraguas duraba todo el día y toda la noche, algunos presumían de conservar aquel que encendieron sus antepasados cinco generaciones antes. También llegaban las mejores frutas y pescados de río y de mar. A solo diez leguas de distancia estaba el primer puerto y también pertenecía a los límites de la gran ciudad. Estaba más al norte, rodeando la escarpada montaña inaccesible sobre la que se asentaba el resto de la muralla.
Si hubieras venido antes, caballero sin nombre, hubieras encontrado el mayor y más elaborado palacio con sus cinco jardines colgantes que servían de techo y cubierta contra la lluvia. Se alzaban engarzados en la montaña y con escaleras de caracol que los comunicaba uno con otro. Desde el último y más alto de ellos se veía hasta el mar en los días sin bruma. Lo habían creado los mejores jardineros de los reyes antiguos. Se regaban con una cascada que caía desde la montaña, con un sistema de pequeños riachuelos que descendían con un nuevo salto de plataforma en plataforma. En el último, un pequeño lago servía de almacén de agua para las épocas de verano. De las cornisas caían plantas colgantes que servían de cortinas naturales. Había plantas trepadoras que hacían el recorrido contrario a las colgantes, subían por la prominencia aferrándose a las escarpadas paredes. Árboles de todas las clases conocidas y con un clima casi especial por cada terraza, desde el más caluroso para los cactus y plantas del desierto del piso más elevado hasta el calor húmedo de la selva del primero y más cercano al techo del palacio. Para que los reyes ascendieran, existía un elevador con elefantes que subían o bajaban las cestas transportadoras despacio.
Si hubieras venido antes, hubieras visto el palacio más rico de aquella época, con doscientas habitaciones, cuarenta salones y la sala del trono con suelo de mármoles con incrustaciones de oro y tapices de las grandes batallas bordados en oro y plata. En los pasillos los retratos de los reyes antiguos, desde el primero, el gran unificador de todas las cuatro ciudades, hasta el último, Anica el Hermoso, que murió sin descendencia directa. Entonces comenzó el nuevo tiempo de los reyes independientes, uno en cada una de las grandes ciudades que antes formaban el reino. La gran capital había sido Sykem.