martes, 13 de septiembre de 2016

La edad de los milagros (The Age of Miracles, Karen Thompson Walker)

Editorial Grijalbo . Publicado en junio de 2012.  304 páginas. A partir de los 14 años de edad.

Narrada desde una perspectiva adulta, serena y lejana Julia nos cuenta cómo la vida en la Tierra tal y como la conocemos cambió de forma radical cuando ella contaba con once años y su vida familiar muy pronto se hizo eco del desastre. Un día, los medios de comunicación anunciaron la ralentización del planeta, esto es que la rotación de la tierra era cada vez más lenta de modo que al final los días se convierten en noches y al contrario. Los relojes, calendarios y otros medios de medir el tiempo resultaron inútiles y había que utilizar otros referentes como la luz solar y la iniciativa del gobierno en fijar un horario común, la Hora Oficial fue lo más parecido a fingir que todo estaba bajo control.

Los días dejaron de durar más de veinticuatro horas y fueron aumentado de forma gradual llegando a ser de cerca de cincuenta horas y luego semanas enteras. Este cambio, aunque parezca de poca importancia, causó muchos estragos en todos los seres vivos del planeta. Los efectos de este cambio en el entorno fueron espectaculares y muy pronto los animales se resintieron. Aparecieron ballenas muertas, los pájaros cambiaron sus pautas y algunos alimentos primero escasearon, luego se encarecieron de forma brutal para, finalmente, desaparecer para siempre. Una escena bastante curiosa es cuando invitan a la niña a una fiesta con otros jóvenes económicamente más acomodados y se sorprende porque había uvas, hacía años que no las probaba. Los científicos no logran parar el efecto de la rotación de la tierra ralentizada y su intención se centra más en mejorar la calidad de vida que alargarla, ya que parece no tener fin. Muchos adultos no dejaron de ir al trabajo y los niños no se encontraron nunca con las escuelas cerradas, pero esta normalidad era aparente

La reacción de las personas fue muy diferente, algunos huyeron a otros países o zonas inconcebibles para sobrevivir creyendo que estarían a salvo. Otros optaron por hacer caso omiso a los consejos de las autoridades y respetaban los días y las noches marcados por la presencia o ausencia de la luz solar. La mayoría actuaron como si no pasase nada y actuaban según lo programado por la Hora Oficial, ajustándose a días de veinticuatro horas y a veces se levantaban con la noche cerrada o se iban a dormir cuando la luz del sol lo inundaba todo. Los primeros podían estar en pie más de veinte horas seguidas y luego dormir un par de horas, o al contrario . Ninguna alternativa satisface a nadie porque la situación les desborda.

<El crepúsculo llegaba a veces al mediodía, en ocasiones el sol no salía hasta el atardecer y llegaba a su cenit en medio de la noche según la Hora Oficial. Dormir era difícil. Despertar aún más.>

Llama la atención que no se describen escenas violentas ni caóticas. Todo sucede tan poco a poco que pronto se asimila la nueva situación y se olvidan los hábitos anteriores. La vida de Julia también sufre un cambio importante porque su madre los abandona, su mejor amigo enferma gravemente y su única amiga se marcha lejos con su familia y nunca sabe más nada de ella.

Lo que más llama la atención es la calma con la que actuan todos y que también se contagia en la prosa de la autora. De forma tranquila, lenta y sin emoción ni temor nos va desgranando la crónica de una niña que ve como lo conocido hasta ahora cambia para siempre. Incluso los niños apuestan porqué será lo próximo que desaparecerá

El booktrailer del libro:


La editora y escritora novel Karen Thompson, este libro es el primero, causó tal expectación con esta historia postapocalíptica que los derechos de la obra se vendieron a varios idiomas antes de publicarse.
<Ahora tengo la impresión de que la ralentización produjo también otros cambios, menos visibles al principio, pero también más profundos. Alteró ciertas trayectorias más sutiles: las de las amistades, por ejemplo, o los caminos que conducián al amor o al desamor. Pero ¿quién soy yo para decir que el curso de mi infancia no estaba establecido ya antes de la ralentización? Tal vez mi adolescencia fuese ya una adolescencia normal; mi inquietud, una inquietud corriente. Las coincidencias existen: dos o más sucesos aparentemente relacionados coexisten sin ningún vínculo causal. Es posible que lo que nos ocurrió a mi familia y a mi no tuviese nada que ver con la ralentización. Puede ser. Pero lo dudo, lo dudo mucho.>



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